Sunday, April 17, 2005

Las cosas que no me dejan dormir [153]

Los hombrecitos decidieron
Ciudadanos desacatados y desaforados
Denise Dresser

Estos días ha quedado claro lo que significa ser un ciudadano. En México. En esta era. En transición. Ante políticos hipócritas. Con procuradurías politizadas.

Con instituciones manipulables. Presenciando la justicia selectiva. Contemplando el espectáculo que montan ésos en el Congreso. En la Secretaría de Gobernación. En la presidencia. Que se dicen representantes. De nosotros. Sujetos a los vaivenes de hombrecitos luchando por pedacitos. Por parcelitas. De poder. En una condición causada por la democracia débil, insuficente. En un país que menosprecia a sus ciudadanos. Condenados al monólogo.

Ellos tomaron decisiones; nosotros las padeceremos.
Ellos ganaron; nosotros perdimos. ¿Y qué perdimos?
Algo que no es poca cosa.

Algo que México no debe minimizar, despreciar, descartar. La esperanza de que
la política en este país podía ser un poco —sólo un poco— mejor. Que el arribo de hombres nuevos eliminaría vicios viejos. Que por lo menos la democracia electoral había llegado para quedarse. Que las diferencias, ahora y siempre, se dirimirían en las urnas. Pero esto del desafuero los desnuda. Allí están. Sin ropajes. Expuestos. Tal y como son. Políticos que no saben cómo ser democráticos. O no quieren serlo.

Porque, como afirma Adam Przeworski en un texto clásico, la democracia es la institucionalización de la incertidumbre. Es la sujeción de todos los intereses —de la derecha y de la izquierda— a la incertidumbre. Es un proceso con resultados poco predecibles: a veces encumbra a los buenos y a veces a los malos; a veces produce presidentes que gobiernan con inteligencia y a veces produce presidentes que gobiernan con visceralidad; a veces empodera a la derecha y a veces empodera a la izquierda; a veces produce un Franklin Roosevelt y a veces produce un George W. Bush. No es un compromiso con un resultado predeterminado sino con un proceso acordado. No es un compromiso sustantivo; es un compromiso contingente. Y quienes lo asumen sujetan sus intereses a esa incertidumbre. Pero en México, el PRI y el PAN y el presidente Vicente Fox simple y sencillamente no quieren hacerlo. No quieren asumir ese riesgo. No quieren enfrentarse a sus posibles consecuencias. No se atreven a ser demócratas de a deveras. Porque en una democracia real, ningún grupo interviene para prevenir un resultado que afectaría sus intereses.

Pero ellos sí intervienen y de eso de trata y se ha tratado el desafuero. De usar la ley para parar a quien no la respeta. De usar el desafuero para eliminar a un demagogo. De usar a la derecha responsable para frenar a la izquierda temible. De usar a las instituciones para eliminar a un populista peligroso. De debilitar a la democracia para "salvar" al país. De quitarle a los ciudadanos la opción de decidir, de evaluar, de sopesar, de votar por AMLO o en su contra. Porque eso es el desafuero, tal y como se ha llevado a cabo, con esta persona, en este momento, en este país. Es caer en lo que T.S. Eliot llama "la última tentación", la gran traición: hacer la cosa correcta por el motivo equivocado. Inaugurar el Estado de Derecho con el puntero en la contienda presidencial. Aplicar la ley con uno cuando no se aplica con otros. Imponer un castigo desproporcionado —la pérdida de los derechos políticos— a un delito que todavía no ha sido probado. Perseguir desaforadamente un error o una omisión relativamente menor, cuando se cierra los ojos ante aquellos que son mayores. Y lo más dañino, lo más reprobable: usar la justicia selectiva para construir una democracia selectiva.

Quizás los epítetos lanzados contra Andrés Manuel López Obrador sean merecidos. Quizás es o se volverá todo aquello que tantos odian. Quizás ya ha hecho o hará todo aquello que tantos le imputan. Quizás es abusivo, arbitrario, arrogante, anti-institucional, populista, toma-pozos, golpista y en su tiempo libre devora niños también. Quizás haga todo "por pasión o por dinero", como afirmaba el diputado Juan de Dios Castro mientras le salía espuma por la boca. Quizás su proyecto alternativo de nación contribuya a hundirla. Quizás por ello no merezca ser Presidente y no deba serlo. Pero esa decisión no le corresponde a Vicente Fox o a Santiago Creel o a Roberto Madrazo o a Marta Sahagún o al señor Vega Memije o al Consejo Coordinador Empresarial. Esa decisión no es suya. Es nuestra.

Ahora bien, ellos dirán que es necesario, indispensable, meritorio. Salvar al país de sí mismo. Salvar a México de la ignorancia de sus habitantes. Salvar a la democracia de quienes no saben cómo comportarse en ella. Salvar al sistema político de quienes quisieran que funcionara de otra manera. Como me dice un colega del ITAM cuando se le acaban los argumentos legales en defensa del desafuero: "Había que parar a un Chávez; a veces es necesario hacerlo". Y mientras lo miro atónita, pienso en todo aquello que su comentario revela. Un sector de la población que celebra la llegada de la democracia, pero no quiere jugar con todas sus reglas. Una clase intelectual que lee y enseña y escribe sobre la democracia, pero no quiere vivir conforme a sus preceptos. Una clase empresarial que prefiere la democracia tutelada e ignora las crisis económicas que produjo. Una élite con vocación anti-democrática.

Porque el desafuero también desnuda a esos que enarbolaron la bandera de la democracia hasta que llegaron al poder. Esos con los que uno —durante más de una década— participó en marchas y firmó desplegados y colaboró en conferencias y asumió compromisos democráticos. Esos con los que uno lloró en la explanada del Instituto Federal Electoral la noche del 2 de julio de 2000. Los que alguna vez fueron activistas, ex consejeros ciudadanos, candidatos y funcionarios admirables, defensores de las mejores causas. Esos que ahora están asociados con las peores: la mentira abierta, la hipocresía disfrazada, la democracia tutelada, las carcajadas en el Congreso el día del desafuero, la manipulación de las instituciones del Estado para aniquilar a un adversario al cual no logran parar de otra manera. Esos que —por lo visto— no tienen la inteligencia para aniquilar a López Obrador en una elección. Que no tienen —por lo visto— la sagacidad para ganarle a López Obrador en las urnas. Esos que se dicen demócratas pero la palabra les queda grande.
Esos que se llaman demócratas pero no saben serlo.

Ahora bien, esos mismos dirán que los indignados somos apocalípticos. Dirán que la democracia está sana y salva. Dirán que la izquierda podrá competir y se apresurarán a convencer a Cuauhtémoc Cárdenas para que se convierta en un comodín. Comenzarán una campaña mediática —pagada con nuestros impuestos— para convencernos de la legalidad de sus acciones, de la pureza de sus motivos, de la protección de la paz social, de la defensa imperiosa de El Encino por encima del interés público. Para convencernos de que "México le ha dado un ejemplo de legalidad al mundo".

Pues si es así, que lo demuestren. Pues si el desafuero siempre fue sobre la aplicación estricta de la ley, que lo constaten. Pues si todo esto siempre fue sobre la defensa del Estado de Derecho, que lo prueben. Que la Cámara de Diputados desafuere hoy, hoy, hoy, a Ricardo Aldana por Pemexgate; que el PAN reconozca la violación de los topes de campaña —y la ley electoral— por parte de Santiago Creel; que el PRI desempaque las 13 cajas que demuestran el fraude electoral que Roberto Madrazo cometió en Tabasco en 1994; que la Procuraduría consigne y aprehenda y encarcele a quienes matan mujeres en Ciudad Juárez.
Que el rasero de la legalidad sea el mismo para todos.

Mientras tanto, nosotros seguimos aquí. Nosotros los ciudadanos. Con una polarización provocada. Con una desilusión inducida. Nosotros los verdaderos desacatados. Los verdaderos desaforados. Sin inmunidad frente a la arbitrariedad. Los que padecemos un gobierno que actúa en nombre de la población, pero no respeta sus derechos. Los que vivimos sin protección frente a quienes cuidan sus intereses e ignoran los nuestros.

Nosotros, quienes este día y todos los días debemos defender un derecho que la clase política insiste en arrebatar.

El derecho democrático de ir el primer domingo de julio de 2006 a votar por Andrés Manuel López Obrador. O el derecho democrático de ir a votar en su contra.—
México, D.F.

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