Monday, September 18, 2006

Un día cualquiera muchos días lejos de hoy….

El alba despunta sus primeros colores entre las nubes y por detrás de la última raya que dibuja el mar en el horizonte. Una parvada de gaviotas. Unos cuantos cangrejos. Las sandalias llenas de arena fría y húmeda.

La noche del otro lado del horizonte todavía no acaba de recoger toda su enagua, y la superficie del agua esta casi pétrea. Poco le falta para convertirse en espejo o en imitación del cielo.

En la orilla del agua una botella intenta mantenerse a flote. Es una botella simple, de color verde.

Poco a poco el oleaje la empuja hacia fuera, y hacia fuera termina rodando su travesía marítima. Un cangrejo se acerca para examinarla, intenta arrastrarla, pero la parvada de gaviotas lo hacen pensar dos veces antes de exponer su vida por un vidrio de reflejos verdes. Ahora si, ha amanecido completamente y el día tiene un tono azulado porque las nubes cubren casi todo el cielo. Seguramente lloverá por la tarde.

Ya con la luz del día, la franja de arena se alcanza a ver en su totalidad, cacariza por pequeños respiraderos de almejillas enterradas que esperan que vuelva la marea.

La noche y el mar han traído además de la botella, unos troncos y unos cuantos erizos, sus puntas negras rompen la monótona planicie de arena y agua.

La botella exhausta, no sabe ni reconoce donde está. Su interior está un poco húmedo por lo que su contenido de tinta se ha corrido un poco sobre la superficie amarillenta de algo parecido a un papel.

Además del cangrejo, que sigue obsesionado y a pesar de las gaviotas sigue intentando llevarse ese objeto tan llamativo, aún nadie ha visto la botella recostada que aún no recupera el aliento del todo. Casi sirena, la botella refleja sus verdes olivos y verdes bandera sobre la arena, mientras se pregunta porque no puede reflejar un simple verde botella si eso es lo que ella es.

De pronto todo huye. El cangrejo, las almejillas, la parvada de gaviotas que se alimentaba en la arena. Sobre la superficie plana de la playa solo quedan la botella, los troncos y los erizos cuyas espinas los hacen confiados y muy seguros de si.

Todo huyo al sentir un pie marcar su huella sobre la arena que no está del todo mojada. Las pisadas se acercan a la orilla del mar y se detienen a recoger conchas y lo que queda de los erizos cuando han perdido sus espinas y su alma. De pronto la mirada de quien dirige las pisadas descubre el reflejo verde botella sobre la arena húmeda. La botella tal vez nunca sepa que la mirada que la encontró varada sobre la arena, si la vio desde el primer momento como verde botella y no cualquier otro verde.

Las pisadas se encaminan hacia el sitio del naufragio. Los erizos expectantes del desenlace se erizan aún más y sus púas se encienden en reflejos azulados. Las pisadas llegan hasta la botella y una mano desciende sobre ella. La toma. La observa a contraluz. Quita el tapón de cera. Lucha con los dedos para sacar el papel amarillento y manchado. Lo saca Y cuando empieza a leer, una luz muy blanca y cegadora lo ilumina todo. Las palabras eran justo las palabras que había esperado siempre.

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