Monday, September 20, 2010

7:19 del 19 de Septiembre de 1985.


Tenía 12 años, y mi madre fue por mi a la secundaría donde se escuchaban rumores de que todas las casas sobre eje central habían colapsado. En el trayecto, efectivamente constatamos el horror.

Para esas horas, ya había mucha gente en la calle haciendo algo. Desde salir con cubetas de agua hasta subirse en las montañas de escombros para rescatar a quien fuera. El dolor estaba regado por todos lados.

Afortunados en mi casa porque el flujo de agua no se cortó, llenamos miles de cubetas y de tambos para repartir entre quienes tenían sed y entre quienes movían piedra por piedra buscando con esperanza.

Salí de la mano de mi padre a reconocer la ciudad en el desastre. Él como médico para ver que podía hacer. Yo, expectante de saber que la historia nunca sería igual después de ese día. Recorrimos varias calles. Sobre av. Universidad y Xola; a media cuadra de la SCOP que se había derrumbado; otros 2 edificios se encontraban reducidos a nada; regado por la calle uno, tragado por la tierra el otro. Una montaña de escombros y un 4º piso a pie de calle.

La gente lloraba, y se encontraba sucia de polvo de concreto.
De pronto de entre los escombros, el júbilo de encontrar al alguien vivo. Mucha gente corriendo para ayudar. Demasiadas manos para un cuerpo frágil y vulnerado por el miedo de morir enterrado por la propia casa. A ese jubilo, le seguía siempre la tristeza de encontrar un cuerpo abandonado por la vida y la esperanza de ser rescatado.

No había pasado ni un día siquiera, pero México ya estaba marcado.

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